La verdadera seriedad es cómica, escribió Nicanor Parra. La muerte es una asesina que sonríe. Y todas las vidas sin excepción –incluso las de ensueño– comienzan con sangre, sudor y llantos. Las cosas tienen su haz y su envés. Cara y reverso. La Historia, a la que algunos dan por muerta aunque con seguridad vaya a ser la invitada principal en su propio sepelio, puede resumirse con un caricatura. Los dramas mudan en chistes gracias a la magia infalible de la sátira. Acaso quienes mejor retrataron el siglo XIX español, junto a Galdós y Clarín, sean los ilustradores de la prensa burlesca. En 1868, cuando Isabel II fue destronada, comenzaron a llenar los diarios con su humor salvaje y corrosivo. Fue una etapa breve –seis años después, en 1874, los borbones volvían al trono y la fiesta terminaba– que, sin embargo, nos ha dejado imágenes exactas y crudas de la clase política ibérica. En los más de seiscientos diarios que entonces salían a la calle, cada uno haciendo la guerra por su cuenta, el arte bastardo de los caricaturistas inmortalizó, sin piedad y sin censura, a los próceres y los prohombres de un país que a finales de esa centuria perdería las últimas plazas de su imperio de Ultramar.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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