Un único color –el negro– diferencia la enseña regional extremeña de la bandera oficial de Andalucía. Ambas son creaciones simbólicas concebidas con objetivos políticos para dotar de un perfil identitario (artificial) a dos territorios históricamente muy vinculados entre sí y con una historia, si no común, similar. Incluso convergente. La autoría de la bandera extremeña siempre ha sido objeto de disputa –la tesis más extendida se la adjudica al abogado Martín Rodríguez Contreras, que unió los colores de Cáceres y Badajoz–, mientras que la andaluza es una afortunada ensoñación del notario Blas Infante, que en 1919 recurriría al verde omeya para identificar a toda la región meridional con su pretérito musulmán. Ambas divisas fueron imaginadas por las correspondientes élites territoriales, de forma que, salvo durante la cada vez más lejana etapa de efervescencia autonómica, su uso, más que una expresión de raíz popular, expresa una nítida voluntad de orden institucional.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
