Los conversos son tipos curiosos. Se nos presentan como santos pecadores, arrepentidos de su existencia previa, y devotos repentinos de su vida presente. Un día, de improviso, abrazaron con entusiasmo una fe que nunca fue la suya y creen posible, y sobre todo probable, triunfar en la gesta de convencer(nos) a los demás de la pureza que anima su transformación íntima. Casi siempre se refieren a ella con un término piadoso: “evolución”. Llamarla traición nos parece más exacto, pero, como es sabido, la palabra tiene mala prensa. No hay converso político que admita ser un traidor contra su causa pretérita, lo cual no deja de ser anómalo: la traición de cambiar de bando la cometen sobre todo, y antes que con los demás, consigo mismos. De ahí que se refugien en cualquier tipo de argumento, da igual su consistencia, para justificar su salto de orilla. El más recurrente de todos es el viejo cuento del interés (general).
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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