El cebo es el elemento esencial de todas las trampas. Especialmente en el caso de las celadas políticas. Su mecanismo es un prodigio de simplicidad: se trata de mostrar ante aquel a quien se quiere engañar algo que atraiga irremediablemente sus deseos –el hambre, la vanidad, el desatado placer del orgullo– para que acuda presto allí donde queremos que esté con el fin de que, mientras se regodea con regocijo, asestarle el golpe de gracia, encerrarlo en la jaula de sus obsesiones o amordazarlo. Dependiendo de cuál sea grado de crueldad de la guerra. Los socialistas andaluces, que dentro de veinte días celebrarán su congreso regional en Armilla (Granada), sin primarias y bajo el control de la vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, que ha ordenado adelantar los cónclaves provinciales para garantizarse la mínima discusión interna, comienza a agitar un señuelo para conjurar su gran problema: conciliar la negociación de un cupo catalán que otorgue a la Generalitat el control de todos los tributos estatales en Catalunya sin provocar la desafección de sus votantes en Andalucía.
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