El optimismo, por lo general, está sobrevalorado. Aunque ya dejó escrito Karl Krauss, que construyendo aforismos no tenía rival, que si puede hacer peores a los hombres el diablo es el mayor optimista de la historia. Algo similar nos ha sucedido durante esta pandemia: a pesar de su enorme coste –en vidas y haciendas– ha generado, de forma paralela, una importante turra de mensajes piruleta, buenas intenciones, excelentes deseos y pensamientos positivos. Todos nos dicen que el Apocalipsis puede ser inspirador –así se adjetiva ahora– y que no debemos perder la esperanza, aunque el horizonte sea chato y ciego. Piensa obligatoriamente cosas buenas. No seas cenizo. O mejor dicho: no pienses, ¡siente por dentro la fuerza del positivismo (sentimental)! Cae por su peso: el problema es nuestro. Las cosas son como son, aunque no seamos capaces, al contrario que otras generaciones anteriores, de enfrentarnos a la devastación y la sustituyamos por una cómoda ensoñación.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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