A Zoido le han preguntado a través de twitter cuál es su ubicación ideológica.
El alcalde ha respondido:
“No soy de derechas ni de izquierdas, soy de Sevilla”.
La frase es una joya. Primero porque, en contra de lo que es habitual, tiene una sintaxis bastante simple. Las ideas están claras. No hay matices ni confusiones. Y segundo porque, dos años y medio después de acceder al poder, reitera que el regidor hispalense no ha modificado un ápice su famosa visión sobre lo que es la política para él: un estorbo. Cabría preguntarse entonces por qué se presentó a las elecciones y ha perdido tanto tiempo, y nos lo ha hecho perder a todos, primero en la oposición y ahora con sus idas y venidas entre la Alcaldía y el Parlamento andaluz.
Su enunciado, de cualquier forma, no es del todo exacto. Técnicamente hablando, el alcalde no es de Sevilla capital: nació en Montellano y se crió en Fregenal de la Sierra, dos localidades inferiores en tamaño, historia y tradición a la urbe hispalense. La importancia de esta cuestión es relativa: la libertad nos permite elegir de dónde queremos ser, con independencia del lugar exacto dónde nacimos. Nada que objetar a que el regidor se proclame sevillano de cuna siéndolo de adopción voluntaria. Es lícito. Distinto es ya que use su residencia hispalense como presunto sinónimo de su ideología, a la manera de los nacionalismos de aldea. Sevilla no tiene doctrina política definida ni ad personam. Simplemente es un sitio en el mapa, como cualquier otro.
Que el alcalde oculte su filiación ideológica resulta a todas luces anómalo: ¿qué problema hay en declararla? ¿Teme acaso que le critiquen? La singular respuesta del regidor sólo puede entenderse si se conocen algunas claves de cómo está la situación política en Sevilla, donde Zoido, inmerso ya en una nueva campaña electoral para revalidar la Alcaldía, ha tropezado esta semana con una inesperada derivada del caso Madeja que le ha obligado a destituir a uno de los altos cargos de su gobierno, imputado por la juez por estar relacionado con un hipotético delito de corrupción. Los nervios han cundido en la sala de máquinas del PP municipal. Tanto, que han empezado a llamar a los periódicos para ver si lo arreglaban por el sistema habitual: pagando.
La preocupación es comprensible. A falta de mejor argumento electoral, lo único que puede ofrecer el equipo de Zoido a los electores es su propia idea sobre la honradez política. La imputación del director de Parques y Jardines quiebra este enunciado electoral y deja a Zoido compuesto, sin recursos y casi sin mensaje alguno que proponer al personal, que tiene que volver a votarle dentro de año y medio. A todos estos electores ya les dijo hace tres años que él no tenía ideología y que su única obsesión era Sevilla. Pese al éxito logrado, se ha tirado el mandato dedicándose al Parlamento y haciendo de presidente del PP-A.
¿Qué es un político sin ideología? Un político sin atributos, por usar el famoso símil de Robert Musil. Zoido, en el fondo, sí tiene ideología, claro está. Pero la oculta porque intenta aparecer ante los sevillanos como un gobernante ecuménico y sin tacha. El problema de este disfraz es que a la larga no se lo cree nadie. Si dices cuáles son tus principios todo el mundo puede hacerse más o menos una idea de cómo vas a gobernar. En cambio, cuando los ocultas, como es el caso que nos ocupa, nadie conoce con exactitud cómo vas a hacerlo y terminas gobernando como te da la gana . Zoido necesita urgentemente reducir toda esta incertidumbre: si sus electores piensan que va a seguir gobernando igual que hasta ahora, es precisamente cuando no lo van a reelegir.
El alcalde ha gobernado en función de los intereses de los lobbies sevillanos en vez de en favor de los ciudadanos. Su magra agenda política es la mejor muestra: la obstinación navideña es un regalo para los hoteleros, la transformación de la ciudad en un abrevadero una cesión consciente en favor de los hosteleros, y la famosa supresión del Plan Centro un guiño a los comerciantes tradicionales o, mejor dicho, a sus representantes oficiales. Hasta el cambio de los bancos y las farolas de la plaza del Pan son síntomas inequívocos de sus profundas ansias por contentar a los costumbristas oficiales, que siempre han preferido la piedra a la madera a la hora de sentarse. Vicios inexplicables, por otra parte.
No hay que darle más vueltas. Zoido no tiene ideas, sino intereses (de los lobbies). Es un alcalde extraordinariamente flexible: lo mismo te dice una cosa que la contraria. Este alcalde tiene una extraña pero simpática manera de perder credibilidad, ese bien tan preciado para perdurar en política.
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