La política española es como un colosal juego de disfraces donde no rige más regla que la demagogia, esa pragmática para conquistar –o conservar– el poder mediante la dominación tiránica de los ciudadanos gracias al (auto)elogio, la exageración, el exceso y la mentira. Si ustedes dudan de esto, queridos lectores, basta con que recuerden el escepticismo, ingenuo y deslumbrante, del gran Josep Pla, que sostenía: “Sin el pragmatismo localista, la política es pura demagogia; y sin las ilusiones superiores es pura mediocridad administrativa”. Salta a la vista que ni el PP ni el PSOE, que medirán sus fuerzas en Andalucía dentro de algo más de un año, puede que incluso antes si se consuma un súbito adelanto electoral, practican la filosofía del idealismo alemán. Su idea sobre los intereses regionales es, en general, escasa o aérea. Para sus dirigentes todas las batallas políticas territoriales son augurios de la guerra estatal. Así que prevalece de forma natural el elemento populista, compartido por todos.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.