“Money doesn’t talk, it swears” (El dinero no habla, huele). La frase, escrita por Bob Dylan en su particular Summa Theologiae –la canción It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)–, muestra de forma tan sucinta como ejemplar las fuentes del río desbordado que impulsa la historia política reciente de Cataluña, equivalente a la del resto de España, salvo por las indudables variantes topográficas y ambientales. Por analogía, es además una crónica de los hechos que, hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria, dan sentido a los últimos lustros de la plutocracia ibérica, tan generosa en personajes vulgares a los que las circunstancias, la absoluta falta de escrúpulos o la suerte encumbraron un tiempo en los altares de la fama. Muchos siguen (camuflados) detrás de la tramoya política. Otros cayeron desde la cumbre, despeñándose entre la indiferencia de sus herederos. A todos los unía una misma patología: el culto a la vanidad, cuya manifestación esencial es el dinero, pero que a veces acostumbra a disfrazarse bajo el espejismo del poder infinito.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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