El carrusel electoral del 28M, primera vuelta del gran circo de las generales de diciembre, se encuentra en pleno apogeo. Los candidatos de todos los partidos políticos, grandes, medianos, pequeños e insignificantes, prometen cosas, acarician a los niños (ajenos), hacen acto público de contrición y propósito de mejora, como corresponde en la tradición católica cuando alguien ambiciona tener una segunda oportunidad y, en general, insisten a los ciudadanos en que, si les votan, obtendrán para su ciudad o su pueblo, en beneficio de sí mismos y de sus familias, el tesoro más preciado del universo. Un diamante de infinitos quilates: el progreso. Ninguno, claro está, sabe explicar en qué consiste exactamente este concepto. Muchos no sabrían qué responder si alguien se lo preguntase. Otros contestarían mirándose en un espejo: el progreso son ellos mismos. Quizás por esto el aspirante del PSOE a la Alcaldía de Sevilla, Antonio Muñoz, se presenta como candidato a la “reelección”, obviando que fue una decisión orgánica de su partido –a través de sus ediles– la que hace un año lo situó (accidentalmente) al frente del Ayuntamiento hispalense. Los ciudadanos nunca lo votaron como regidor.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.