Cada desgracia trae bajo el brazo su propio diccionario, en una suerte de burla del famoso dicho que adjudica al nacimiento una hipotética prosperidad –el pan de los antiguos, un alimento con nombre de dios agrario– que no siempre se cumple. El lenguaje cambia para designar nuevas realidades que todavía nos parecen irreales, pero las calamidades humanas son esencialmente las mismas desde hace muchos siglos. Esta pandemia, que comenzó con el concepto de confinamiento, en lugar de encierro, y ha seguido con la utilización del término «Covid» (para designar a un virus que es como una corona de espinas), usa ahora, en su teórica segunda oleada (en realidad es la primera, expandida), el concepto de rastreador para identificar a aquellos que deberían controlar y prevenir la expansión de los contagios. No es un mal nombre en términos expresivos, pero, como suele suceder con el idioma políticamente correcto, que es lo opuesto a la expresión natural, no se corresponde con los hechos.
Los Aguafuertes de Crónica Global.
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