La discusión no es cosa nueva y el diagnóstico está muy cerca de cumplir el medio siglo. Pero saberlo desde hace tantísimo tiempo no ha evitado que la profecía se haya cumplido con una exactitud casi matemática. A comienzos de los años ochenta, en una entrevista con Eugenio Scalfari, el director del diario La Repubblica, el líder del eurocomunismo y padre de la via terza, Enrico Berlinguer, sentenciaba que la crisis en Italia no obedecía a la existencia de la corrupción entre los políticos, sino a una “cuestión moral”: los partidos que les daban cargos y cobertura se habían hecho con el control absoluto de las instituciones públicas. “Los partidos ya no hacen política” –explicaba Berlinguer– “se han convertido en máquinas de poder y clientelismo. Administran intereses de camarillas que no tienen ninguna relación con el bien común”. No cabe definir mejor la honda crisis de credibilidad por la que pasan las democracias cuando se diluye la distinción (trascendente) entre el ámbito institucional y el espacio (fenicio) de lo partidario.
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