Es natural, aunque en ocasiones también sea ridículo, ver a nuestros próceres cantar en sede parlamentaria (sin soberanía, a Dios gracias) la importancia de sus objetivos, la bondad de sus apuestas –¡la autonomía no es el Monopoly, figuras!–, la eficacia (impajaritable) de sus leyes y la trascendencia –colosal, inaudita, mayúscula– del Sagrado Estatuto de autonomía, que se nos presenta como las tablas de la ley del autogobierno sin serlo, al menos, desde 1985. La autonomía, hablando en serio, duró un breve suspiro porque desde entonces la Junta no es más que una descomunal agencia de colocación, sección clientelar. De ahí que presumir de la gesta del 4D, el movimiento de masas (estilo norcoreano) y todos los demás elementos de nuestra gesta indígena, incluidas las armaduras de oro bruñido, se antoje entre cómico y grotesco.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.