La verdad no es un concepto ni un sitio. Es una encrucijada. Un cruce de destinos. Una coincidencia entre dos instantes divergentes. Ayer, bajo el cielo azul de la Marisma, donde el invierno no es más que un sueño remoto y la nieve un milagro imposible, confluyeron el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional y el fundido en negro -huelga mediante- de Canal Sur, la televisión de la República Indígena. En esta coincidencia, de repente, contemplamos lo que somos como sociedad. Por un lado, las imágenes de los agraciados por la diosa Fortuna con un premio que, como el rosario en las misas, ha repartido 470 millones de euros entre Barbate, Punta Umbría y Granada, haciendo ciertas las amarillas imágenes de una infancia cada día más remota, cuando -hacemos aquí un breve paréntesis costumbrista– todos los 22 de diciembre de nuestro pretérito despertábamos con el maldito soniquete de los infantes de San Ildefonso -esa otra forma de tortura- y los números, aleatorios, terminaban convertidos en una fotografía comunal de gente que se creía millonaria.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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