Las grandes revoluciones de la historia no son políticas ni económicas, sino ópticas. No necesitan sangre ni engendran violencia. Suelen ser las más longevas. Primero porque perduran. Y segundo porque, al contrario de lo que ha venido a demostrar la historia reciente (que todos los cambios por la fuerza acaban siendo el origen de regímenes tan nefastos como aquellos contra los que se alzaron), terminan mejorando el mundo. Consisten simplemente en aprender a mirar de otra forma la realidad. Pensar sin intermediarios. Con eso basta. Los políticos, que donde quiera que estén siempre forman parte del statu quo, suelen temer a estas revueltas sustentadas en los valores mucho más que a las armadas. La receta para combatir las segundas es sencilla: poner a trabajar a la policía. Ante las primeras no existe más herramienta política que la propaganda, pero se trata de una medicina puramente preventiva. Su éxito no siempre está garantizado. Si no funciona, el peligro (para ellos) aumenta. Si aplicamos esta tesis a un tema aparentemente banal (el alumbrado navideño) y a un sitio corriente (Sevilla, superlativa ciudad de provincias) el resultado es un hallazgo conceptual inesperado. Una metáfora de la encrucijada en la que se encuentra la ciudad.
En estos días de invierno, más fríos que de costumbre, el Ayuntamiento de Sevilla ha hecho honor a su fama de previsible y pretende, de nuevo, hacernos ver como una extraordinaria novedad lo que no es más que una evidencia del calendario: ha llegado el final del año. No es que esté mal. En absoluto. Hablamos de un hecho irremediable: el tiempo corre y los años empiezan y terminan. Sucede sin embargo que su inaudita vehemencia en presentar dicha obviedad como un logro por parte del equipo municipal de Zoido (Juan Ignacio) va camino de convertirse en algo casi patológico. ¿Ayuda esta ceremonia absurda al porvenir de Sevilla? Desde luego, no lo parece, aunque eso no ha evitado que algunos le den trascendencia (y espacio) infinitos. Prueba quizás de la habitual falta de criterio o, acaso, de la costumbre de convertir un ratón en elefante.
La cuestión excede el terreno de la mera anécdota porque no se limita sólo a la utilización de la Navidad como si fuera patrimonio político exclusivo del regidor presente. Como en el actual Consistorio todo debe ser superlativo, en coherencia con el sentido de la predestinación con el que el gobierno municipal rige nuestros destinos de ciudadanos desorientados, esta ceremonia de lo obvio va a tener su cénit igual que el pasado año: con la proyección un espectáculo de luz y sonido en tres dimensiones sobre la fachada del viejo cabildo. Lo titulan como mapping.
Los dos argumentos dados por el regidor, que compareció (es un decir) ayer ante la prensa para explicar el espectáculo (desde luego) son que éste será “sorprendente” y que “no costará un euro a los sevillanos”. Por este orden. Habría que preguntarse si no habrá reparado nadie en el Ayuntamiento en el peligro que tiene unir ambos conceptos. El relato visual al que Zoido (Juan Ignacio) invita a los ciudadanos del orbe resaltará, según su descripción, el “talento”, la “innovación” y la “Navidad de los niños” en clave sevillana. Como hay quien siempre pone reparos a estas ideas, el Consistorio no olvida recordarnos que la iniciativa está patrocinada, busca atraer a los turistas y fomentar la actividad comercial, como si ésta no dependiera más de los agujeros del bolsillo que de las lucecitas de colores de las calles, que este año costarán un 10% más que el pasado. Austeridad, lo llaman.
Zoido vuelve así a convertir la Navidad por segundo año consecutivo en un argumento en clave partidista. El pasado año ya la utilizó a modo de símbolo del cambio político en el Ayuntamiento y como motivo para reivindicar las tradiciones sevillanas frente al anterior gobierno local, al que en sus días de la oposición recriminó (inventándoselo) que denominase solsticio a las fiestas navideñas. En coherencia, el regidor se convirtió entonces en un inaugurador de belenes particulares, al igual que Monteseirín (su antecesor) iba a la apertura de los comercios menores. Sevilla, ya se sabe, hace todo a lo grande.
La reincidencia con el mapping, sin embargo, tiene otra lectura. Igual hasta es involuntaria. Recuerda al célebre mito de la caverna de Platón. Tal y como nos enseñaron en el antiguo bachillerato, el filósofo griego explicaba con esta parábola la diferencia que existe entre el mundo de los sentidos y el mundo de las ideas. La realidad mutable y la inmutable. En Sevilla, con variantes, ya sucede lo mismo que en la cueva platónica: a unos los encadenan y los ponen a mirar las sombras mientras la hoguera (la realidad) está fuera. A veces se trata de una costumbre voluntaria: hay quien se encadena a sí mismo por miedo a la realidad. El Ayuntamiento volverá a mostrarnos este año una Sevilla de colores y luces porque quiere evitar que caigamos en la tentación (inevitable, por otro lado) de contemplar el sombrío presente, que no es precisamente edificante.
Según explica Platón en su Fedón, las ideas son la causa real de las cosas, hijas del entendimiento y no nacen ni mueren, sino que son eternas. Así parece ser la negra realidad de Sevilla: el paro sigue extendiéndose como una lacra eterna, las familias cada vez tienen más problemas para poder subsistir, lo que nubla su propia razón; las empresas se convierten en organismos insostenibles y, al amparo de la crisis, que es como la Virgen de los sicarios, hay quien aprovecha la situación para los ajustes de cuentas particulares. Un mal que ni nace ni muere. Es eterno. Toda esta realidad es la que en los próximos días se convertirá oficialmente en invisible, siendo tan presente, porque los miembros del clan sólo tienen ojos para las sombras que se mueven en el interior del supuesto refugio.
En el caso de Sevilla, interior y exterior son intercambiables: el circo de luces se va a poner fuera y a la vista mientras la tragedia (diaria) discurre en silencio dentro de las casas. Es la única alteración. El resto de la alegoría es válido. Sobre todo el final: en el relato de Platón, incluido en La República, el único prisionero que ha logrado ver la realidad de las cosas vuelve al interior de la caverna para contarles la verdad a sus iguales y poder así liberarlos. La tribu primero se mofa de él. Después intenta matarlo, al igual que en la civilizada Atenas condenaron a muerte a Sócrates. La historia original es muy antigua. Pero no deja de repetirse: el solsticio de Platón es aquel en el que quien intenta contar la verdad de las cosas termina siendo aniquilado por su propia tribu. El enemigo del pueblo. Felices Fiestas.
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