A la corriente de poder interno del PSOE de Sevilla en la que milita la consejera de Presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, hipotética –ma non troppo– sucesora inminente de Griñán, se le han atribuido distintas etiquetas que han ido cambiando con el tiempo a medida que mudaba de sitio con el objetivo evidente de fundar su propio linaje dentro del partido. En sus inicios se la situó en las filas marciales del caballismo, aquella religión laica que lideraba el histórico socialista Pepe Caballos, hasta 2004 referente único de los socialistas sevillanos.
Después, cuando Chaves decidió cortarle la cabeza a su excelente portavoz parlamentario porque decidió hablar por sí mismo, en lugar de en nombre suyo, Díaz, que en las juventudes del partido ya había demostrado cuál era su idea de la política, se cambió de bando para formar, junto a Viera, Villalobos y a otros el denominado sector oficialista. Se le llamó así por su cercanía con el poder, aunque el término no era del todo exacto. Sus críticos –la corriente en la que militaban Monteseirín, Evangelina Naranjo o Gómez de Celis– también contaron durante un cierto tiempo con poder institucional: el presupuesto municipal de Sevilla. Para ellos, sin embargo, el mando resultó ser un fruto efímero.
Tras su salto a la política regional en 2010, como número tres del PSOE andaluz, las etiquetas colectivas bajo las que se situaba a Díaz empezaron a quedarse cortas, limitadas. Era el momento de crear una marca propia, si bien como sucursal dentro del griñanismo. Nacía así el susanismo, un fondo de comercio político que se caracterizaba por su escaso amor por los mayores del partido, su nula comprensión del viejo concepto de la lealtad y su tangible interés por el pragmatismo inmediato. Hubo entonces quien negó la mayor, aduciendo que tal denominación no respondía a la realidad. El ascenso de Díaz al núcleo duro de la política regional, donde no han sido casuales las dimisiones de los rivales –aquel Rafael Velasco, tan efímero–, ni las guerras púnicas, han confirmado la teoría de entonces: el susanismo llegaba con pretensión de perdurar y reproducirse como corriente propia dentro de la organización socialista.
La conquista de la secretaria general del partido en Sevilla señaló claramente que se habían terminado los años de la cohabitación con otras corrientes y que la opción Díaz tomaba carta de naturaleza propia. La decisión de Griñán de dejarla como sucesora marca una nueva etapa en la que ya podemos hablar sin dudas del inicio del susanato: la implantación de un nuevo régimen, populista y sonriente –como todos los populismos–, en la cúspide de los socialistas andaluces y, si los votantes no lo impiden, quizás también en la presidencia de la Junta de Andalucía. Todavía quedan tres años para confirmarlo. O quizás menos.
Los analistas andan estos días ocupados haciendo cábalas sobre lo que ocurrirá con la legislatura andaluza. Pese a que Andalucía está abierta en canal por el paro, la crisis y el desastre económico, la clase política paria, que ha arruinado las arcas regionales, sigue enredada en sus batallas tribales después de subirse –o cobrar bajo cuerda– un sueldo que sale de nuestros bolsillos. En este proceso nadie –por ahora– ha reparado en que el viraje que va a dar el PSOE andaluz tendrá una repercusión indirecta en la organización sevillana, la más numerosa y poderosa de Andalucía. El santuario del socialismo.
¿Cómo afectará a Sevilla la sucesión en la Junta? Todo hace indicar que el PSOE sevillano se convertirá en un virreinato, pero en sentido opuesto a su historia más reciente. Si el partido en Sevilla se había caracterizado por ser una organización rebelde, de perfil independentista, el nuevo paradigma al que le aboca el inicio del susanato pasa ahora por una dependencia aún más profunda con respecto a San Vicente. Lo cual supone que la voz de las agrupaciones sevillanas en el nuevo orden pesarán igual a cero. Ya se está viendo estos días: una nota oficial de la Ejecutiva de Sevilla, dirigida por la propia Díaz, animaba a ésta a concurrir a las primarias que no son primarias para suceder a Griñán. Eso se llama sintonía.
Díaz, probablemente, termine dejando a medio plazo la dirección del PSOE de Sevilla para concentrar en su persona el liderazgo completo del partido en el ámbito regional. Queda algún tiempo, pero será lo que ocurra. Conociendo su trayectoria política, querrá irse sin irse: dejando un valido para administrar el partido mientras ella se ocupa de los rumbos heroicos de Andalucía. Todavía es prematuro especular con quién sería este comisionado del susanato en Sevilla. Hay varias opciones. Incluso alguna alternativa inaudita, casi austrohúngara. Pero hay que esperar.
Mucho más relevante, en cambio, es el proceso de designación del próximo candidato del PSOE a la Alcaldía de Sevilla. La nueva situación política en el PSOE deja sin perspectiva a la tesis que siempre han mantenido los críticos con Díaz en la organización –sostenían que quería ser alcaldesa cuando, en realidad, sus objetivos eran bastante superiores– y parece allanar definitivamente el camino a repetir como cabeza de lista a Juan Espadas, el actual portavoz municipal de los socialistas, que en su día se posicionó junto a Díaz y Griñán en la guerra interna que mantuvieron con José Antonio Viera, el anterior secretario general. Aclarado el destino de Díaz, lo que implica el exterminio político definitivo de los escasos grupúsculos críticos, lo lógico es que Espadas no tenga obstáculos en el camino hacia las próximas elecciones municipales.
Existen, sin embargo, algunos inconvenientes. Ninguno definitivo, pero importantes. El esencial es que Díaz, a lo largo de su trayectoria política, se ha caracterizado, al igual que Zoido, que en cierto sentido es como su espejo, por no tolerar liderazgos alternativos al suyo. Espadas puede llegar a serlo. Sobre todo si dentro de dos años tiene opciones de llegar a la Alcaldía por desgaste del actual alcalde. Hay también quien ya especula en el PSOE de Sevilla con otra hipótesis: la irrupción en la pugna electoral de Carmelo Gómez, antiguo concejal y vicesecretario general del PSOE que, tras varios años de ostracismo, volvió a la dirección socialista de la mano de Díaz.
Gómez no quiere que Espadas repita como candidato a la Alcaldía. ¿Se postula a sí mismo? Parece complicado porque a efectos internos, y pese a estar en el mismo bando que Espadas, implica el mismo problema potencial desde la óptica de la secretaria general: si es reforzado internamente puede llegar a constituir un grupo propio y, por tanto, un núcleo potencialmente rebelde, tanto si se quedase a cargo del partido como si eligiera abrir una nueva etapa municipal. La decisión definitiva la tomará Díaz una vez consolidada su elección forzosa como líder regional. La importancia del asunto es máxima porque la consejera tiene que seguir controlando Sevilla para que su creciente poder en el ámbito autonómico no tenga los pies de barro.
La paradoja resultante de la confluencia de todos estos factores, sin embargo, es paradójica. Los socialistas han despejado ya la duda sobre quién será su candidato a la Junta tres años antes de las elecciones. Para la Alcaldía de Sevilla, en cambio, a menos de dos años escasos de la cita con las urnas, la designación del próximo cabeza de lista continúa en el aire. Es el susanato quien decidirá quién, cuándo y cómo. El PSOE, en lugar de un partido político, parece una organización unipersonal. Una extraña herencia que pasa de padres a hijos. O entre abuelos y nietas.
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