En los partidos que se autodenominan de izquierdas existe una extraña recurrencia a adjudicar en solitario al PP, que acaba de declararse a sí mismo una asombrosa guerra civil de la que va a salir como se salen de todas las disputas familiares: destrozado y humillado, la responsabilidad (suelen añadirle el adjetivo “democrática”) de impedir, mediante acuerdos contra natura, cualquier tipo de pacto, acuerdo o alianza con lo que llaman la “extrema derecha”. La razón para justificar este veto es que las posiciones radicales de estas organizaciones políticas son un peligro para el sistema de libertades, la igualdad y la convivencia en las sociedades civilizadas. Es la teoría del famoso (e inútil) cordón sanitario. En estos argumentarios, que se repiten como la sharía –señal de que no se tiene plena convicción sobre su utilidad, aunque sí sobre su conveniencia partidaria– suele figurar la política comparada –se citan los casos de Francia y Alemania; los inquietantes antecedentes de Hungría y el Frente Nacional–, el rechazo a las políticas excluyentes –especialmente con respecto a la inmigración– o la salvaguardia de los valores constitucionales. Son una forma piadosa de lavar la conciencia: tanto el PSOE como las otras siniestras incumplen con entusiasmo estos principios cuando de lo que se trata es de conseguir el poder o conservarlo.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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