Se atribuye al glorioso Mies Van der Rohe, uno de los mejores arquitectos del pasado siglo, tenaz fumador de habanos y el hombre de genio que definió, mejor que Le Corbusier, Walter Gropius o Frank Lloyd Wright, el estilo internacional de la arquitectura moderna –esa síntesis de solidez y fortaleza que tienen todos los grandes rascacielos, hechos de acero, vidrio y con inmensos espacios interiores diáfanos–, la frase que identifica al minimalismo: menos es más. En ella está resumida toda la poesía y la profundidad de la extrema simplicidad. Antes de Mies ya existían otros constructores de rascacielos –la paternidad del invento se la disputan Willian Le Baron Jenney, autor del desaparecido Home Insurance Building de Chicago, y Louis Henry Sullivan, el mesías del verticalismo–; después del arquitecto alemán, sin embargo, nadie pudo liberarse nunca más de su sombra. La perfección, como demuestra la sobria gramática compositiva de Van der Rohe, no reside ni en el ornamento ni tampoco en la decoración. Nace gracias a la destilación inteligente de las estructuras funcionales. Esta paradoja, que vincula el grado máximo de exactitud con la sencillez, explica también la encrucijada política a la que se enfrenta el PSOE en Andalucía tras el acuerdo entre el PSC y ERC para sacar a Cataluña del régimen tributario común.
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