“Ya no somos nadie, ni nadie sabe quiénes fuimos (…) Nos han borrado del mapa”. Max Aub escribió esta cruda confesión –a través de un personaje interpuesto– en su relato El remate, publicado en 1961. Era un augurio sobre el fracaso de su generación, expatriada tras la derrota republicana en la Guerra Civil, que el escritor confirmaría en primera persona años después, cuando en 1969 decidió, más que volver, venir a España. Lo hizo en verano y amparándose en el vago proyecto de un libro sobre Luis Buñuel. Trajo una grabadora, unos cuadernos de notas y una cámara súper 8. Los ojos abiertos y la sensibilidad prevenida. Es de suponer que le movía, además de la nostalgia, la voluntad de comprobar cuáles eran exactamente los efectos que una ausencia tan prolongada podían tener sobre el recuerdo ajeno. Lo que descubrió lo dejó petrificado: los valores intelectuales con los que tres décadas antes había sido educado –la decencia, la libertad, los ideales– no habían evitado esa muerte ficcional, pero tan categórica, que supone la dura experiencia del exilio. Estaba fuera de la ecuación. No existía ni en España –de donde procedía– ni en México –donde se refugió–. Tres decenios habían sido suficientes para que todo se evaporase. De esta confirmación, porque con el desengaño ya contaba, trata La gallina ciega, el diario de su periplo por una España que ha olvidado a su otra mitad y que ni siquiera siente ya la sensación de la pérdida.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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