[Los marineros toman el barco]
“¿Quién es más feliz, el que se ha enfrentado a la tormenta de la vida y ha vivido o el que se ha quedado en la seguridad de la orilla y se ha limitado a existir?”.
Hunter S. Thompson. The Proud Highway.
Saludos jacobinos.
Bienvenidos a la Facultad de Comunicación, antes llamada Facultad de Periodismo. Por cierto, ¿Por qué diablos le cambiaron el nombre? ¿Era acaso un mal augurio? La muerte comienza por un deceso terminológico. Después viene el asesinato conceptual. Por último llega el silencio. Hunter S. Thompson, un periodista al que si todavía no han leído deberían comenzar a devorar de inmediato, sostenía allá por los años sesenta que el fin (del periodismo) era inevitable. Ha llovido mucho desde entonces. Pero sí, quizás estamos ya con el pie definitivamente en el estribo, que diría Cervantes, que a su manera era otro periodista prematuro, de antes del periodismo.
En una carta a Jack Scott, el director del Vancouver Sun, para pedirle trabajo, que es lo que hacemos antes o después todos los periodistas, los titulados y también aquellos que carecemos de los sellos de la academia, el cronista salvaje de Lousville (Kentucky) escribió: “Es una vergüenza que un terreno tan potencialmente dinámico y vital como el periodismo esté plagado de zoquetes, inútiles y cagatintas, dominado por la miopía, la apatía y la complacencia y, en términos generales, estancado en un lodazal de mediocridad inmovilista. Si The Sun quiere apartarse de todo eso creo que me gustaría trabajar para usted. Casi toda mi experiencia se limita a las crónicas deportivas, pero soy capaz de escribir de todo, desde propaganda belicista hasta críticas de libros. Soy capaz de trabajar veinticuatro horas al día si es necesario y de vivir con un salario razonable, y me importan un sucio comino la seguridad en el trabajo, las ideas políticas de la redacción y las relaciones públicas adversas. Preferiría estar en el paro a trabajar para un periódico del que me avergonzara”.
Es una buena definición de lo que somos (los periodistas): gente infame, desagradecida y con un bachillerato lamentable. Unos tipos raros que creemos que el mundo se resume en gavillas de papel. Individuos anacrónicos que estamos dispuestos a todo por hacer un periódico. ¿A todo? Seamos sinceros: existen excepciones. No me refiero en este punto a la habitual dicotomía entre apocalípticos e integrados: periodistas que se venden y periodistas puros. Durante mis 25 años de ejercicio del periodismo he conocido muchos de los primeros y escasos, pero soberbios, de los segundos. Como aquí no estamos para hacer juicios morales y cada uno es libre de elegir su propio camino no censuraré a nadie. Pero sí diré, alto y claro, que la cruenta crisis de la industria de la prensa –el periodismo es otra cosa– se debe a que los periódicos (y algunos periodistas) han dejado hace bastante tiempo de ejercer su función para empotrarse junto a los poderes que nos gobiernan.
Uso el término empotrarse porque, aunque los protagonistas no lo sospechen, siempre serán unos intrusos, unos bufones útiles, en el mundo del dinero y de la política. Sus dueños jamás los valorarán. Sencillamente los utilizarán. Hay quien cree que este aggiornamento periodístico tiene sus orígenes en la Santa Transición, cuando quienes todavía figuran al frente de los periódicos se encamaron con los jóvenes gobernantes de la incipiente democracia. Ya no son jóvenes. Ni unos, ni otros. Los virreyes no se quieren marchar del puesto de mando, las jóvenes promesas no quieren limpiar los retretes y los intermedios están siendo expulsados de las redacciones, heridas por el servilismo y el adocenamiento. Todo salta por la borda. Lo que uno encuentra hoy en casi todas cabeceras periodísticas, salvo excepciones, es política (menor), declaraciones que no interesan a nadie, escasísimo análisis y un decreciente sentido crítico. Más omisiones que enunciación. Basura.
Se echa la culpa a los editores. ¿La tienen? Una parte significativa, por supuesto. Sobre todo los empresarios incapaces de asumir su cuota de responsabilidad. Pero resulta obvio que sin periodistas prestos a aceptar sus directrices (e incluso sus silencios), incapaces de gestionarlas sin traicionar a los lectores, no se puede entender la degeneración de la prensa. No es tanto una cuestión económica (que también) sino de principios, valores y convicciones. De estilo. Los periódicos se mueren si la gente no los lee, pero las empresas editoras siempre han pensado que sus clientes no son los lectores, sino los anunciantes. Y éstos, al contrario que los lectores, son igual que las empresas: infieles.
Hace ahora unos meses se produjo una polémica porque alguien publicó (en internet, claro; las demandas de empleo ya no salen en la prensa) una oferta de trabajo para periodistas que ofrecía pagar por cada artículo unos céntimos. La indignación inundó las redes sociales. Antes de rasgarnos las vestiduras conviene hacer una cuenta. Si un periódico vale 1,20 euros y tiene 64 páginas (lo mínimo que se despacha) el precio que paga el lector en el kiosco por cada página es exactamente 0,018 céntimos. Por artículo sería incluso inferior. Esta es la realidad. Por supuesto, esto no significa que el valor del buen periodismo sea subterráneo. Lo dijo Machado: es de necio confundir valor y precio. Por otro lado, dicha cifra ni siquiera cubre el coste real por página, que debe incluir otros gastos, como impresión y distribución.
Lo que sí nos indican estos números son dos cosas. Primera: alguien ha pagado hasta ahora la diferencia que no cubre el lector. Segundo: quien aporta dicha diferencia pretende mandar en los periódicos. De hecho, ya son los únicos que mandan. Los dueños simplemente son sus intermediarios. Mientras la burbuja económica alimentó en exceso a los periódicos la tasa de rentabilidad de la prensa fue tan anómala como extraordinaria. En algunos casos rozó el 20%. Algunos periodistas llegaron a creerse dioses y los editores pensaron ser ejecutivos millonarios. Todo esto se ha evaporado. Y no va a volver a ser igual por mucho que algunos pongan velas y flores (marchitas) a todos los santos. Los trasatlánticos del periodismo tradicional se están hundiendo tras chocar con el iceberg de internet y los marineros tenemos dos opciones antes del naufragio: o seguir dentro de barcos a la deriva o desembalar de una vez alguno de los botes salvavidas disponibles y saltar al mar. Solos.
No la épica historia de un grupo de valientes, sino la tragedia de unos tipos desesperados: periodistas honrados que quieren seguir siéndolo a toda costa. Tampoco se trata de una elección: quien no se atreva a tomar la decisión no debe preocuparse. Antes o después otros la tomarán por él: será despedido. Porque lo que algunos no terminan de entender es que en una economía de mercado la libertad no consiste en poder escribir la verdad, sino en que no sean otros los que establezcan el precio de la verdad. De tu trabajo.
Digo todo esto porque para mí Gregorio, Juanjo y Jesús son pioneros. Lo que ellos han hecho es justamente lo que vamos a terminar haciendo quienes pretendamos seguir siendo periodistas: fundar nuestros medios. Navegar solos ante la tempestad. Sevilla Report nació hace dos años por culpa de estos tres tipos infames que querían trabajar sin jefes. No sabían, los muy ingenuos, que no existe jefe más cruel que uno mismo. Por supuesto, también ignoraban que una redacción, más que una asamblea, debe ser una dictadura razonable porque son las jerarquías intelectuales las que nos hacen aprender al intentar emular a los mejores.
Los tres han dedicado su esfuerzo, su tiempo y su dinero a relatar las noticias de Sevilla de forma distinta a como lo hacen los medios tradicionales. Por supuesto, estaban (y están) locos. Benditos sean, porque esa demencia es el motor de la felicidad. El verdadero pálpito del periodismo. En estos dos años han hecho lo que otros periodistas ya no hacen: profundizar en la información, dedicar meses a hacer un reportaje y estar en todos sitios a todas horas; no para que los vean a ellos tres, sino para que los demás podamos saber lo que pasa. Han contado sus historias con recursos multimedia y aplicaciones de datos. Pero, sobre todo, con sangre en las venas, en lugar de horchata. No voy a abundar en cómo han asimilado las nuevas narrativas web ni de la tecnología 2.0. Sevilla Report puede leerse gracias a internet, pero existe porque ellos tres, con un par, se empeñaron en relatarnos 500 historias (y que sean cientos más) de una Sevilla que no leerán en otro sitio.
El periodismo local, que en estos pagos no es otra cosa más que periodismo indígena (los sevillanos somos una suma de tribus), es el género más desagradecido que existe. Nadie lo valora. Nadie lo paga. No tiene muchos anunciantes y sus hacedores jamás descansan. El Parlamento cierra, los partidos sestean entre elecciones, el fútbol se celebra cuando dicen las televisiones, pero la calle no cierra nunca. Juanjo, Gregorio y Jesús han construido con talento, independencia y constancia una comunidad de lectores. Ustedes. Es una verdadera gesta. Han hecho su oficio sin quejarse, dando sin pedir nada y aportando valor a la sociedad. ¿No es hora de que los lectores les ayudemos a resolver la ecuación de la que antes les hablaba?
La diferencia entre el valor y el precio es la piedra filosofal de la verdadera libertad de un periódico. Si los ciudadanos no somos conscientes de que el periodismo honrado tiene un precio (para no tener que estar en venta) alguien cubrirá la diferencia o los periódicos desaparecerán. O ambas cosas. El periodismo de proximidad además es el que recibe más presiones, donde uno se juega la vida y la hacienda propia. En Sevilla los poderes fácticos no son indeterminados: tienen nombres, demasiados apellidos y un puñal (la publicidad institucional) en la cintura. Es una batalla desigual: los periodistas tenemos un ordenador; ellos cuentan con el presupuesto y la complicidad de los intereses.
The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have Taken over the Ship. Es un libro de Charles Bukowski. Creo que su título resume bien todo esto de lo que les hablo, que es, a mi juicio, la encrucijada en la que se encuentra el periodismo. Todos los periodistas, nos guste o no, vamos a tener que emprender el mismo sendero que estos tres inconscientes de Sevilla Report: coger la barca y salir a navegar. No está garantizado que todos lleguemos a puerto ni que el viento sople a favor. Pero quedarse en un ballenero herrumbroso y sin víveres es peor. En el trayecto está la vida, que no siempre es idílica. Hay que flotar, atar cabos, remar, mirar la carta de navegación y aprender a hacer cuentas, incluidas las reglas de tres, que en la mayoría de las redacciones nadie sabe hacer en condiciones amparándose en la frase de siempre: “Es que soy de letras”. Digámoslo al fin de forma rotunda, a la manera del viejo Hank:
“La gloria está en el movimiento y en la osadía. Al carajo con la muerte (del periodismo). Es hoy, es hoy y es hoy. Sí”.
Muchas gracias.
[Intervención de la presentación de Sevilla Report. Facultad de Comunicación. Sevilla. Marzo de 2014. Año del Señor, como todos]
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