Probablemente todo se deba a una variante del subgénero apócrifo de los parecidos razonables. Ya saben: esos vínculos mentales que con mayor o menor rigor todos establecemos para poder entendernos y entretenernos. Nuestra forma de pensar consiste en relacionar unas cosas con otras. A veces, de forma creativa. En otras ocasiones, sin demasiada fortuna. Las metáforas no son más que eso: una ligazón acertada de significados parecidos o dispares. Maravillas del lenguaje.
Las figuras metafóricas pueden resultar deslumbrantes, ser neutras o terminar como un absoluto fracaso. Depende de cómo se hagan. Si extendemos la tesis poética al mundo de la política (municipal), el método deslumbra: a veces el procedimiento asociativo permite hacer variaciones de ideas que alumbran con luz nueva la actualidad; aunque la conclusión de éstas sea frecuentemente que la realidad sevillana, pese a todos los poetas de antaño, raramente es fuente de lírica alguna. Lo decía un viejo refrán: lo que natura no da, Salamanca no presta. Y yo añado: en Sevilla además resulta imposible.
Un ejemplo es el viaje a Nueva York que ha organizado esta semana el Ayuntamiento para vender nuestras bondades patrias en la Gran Manzana. Recuerda bastante a las giras, ya algo pretéritas, que en su día impulsó Monteseirín, el antecesor del actual alcalde, con abundante séquito para idéntico objetivo: mejorar la imagen de Sevilla en la capital del mundo, suponiendo que allí tengan una imagen propia y cierta de nosotros. Ya es tener fe. No se recuerda que de estas numerosas expediciones se obtuviera beneficio económico alguno, más allá de constatar lo evidente: ir, hay que ir. Por intentarlo, que no quede. En realidad, no hay demasiado que objetar (al menos por mi parte) al hecho de que un ayuntamiento quiera exportar, aunque sea de forma limitada y virtual, una imagen positiva de su propia ciudad. Es su obligación. Incluso aunque casi todo lo que pregone sea falso y no responda a la realidad de las cosas. No hay que ser demasiado exigentes con ellos: el pecado en realidad es venial porque el actual gobierno local no se caracteriza por su rigor ni por su verosimilitud. No vamos a pedirle milagros.
Lo que sí resulta asombroso es cómo el planteamiento oficial del viaje americano, con Serrano (Gregorio), el concejal múltiple al frente, viene a calcar prácticamente los mismos argumentos (justificaciones, en realidad) que en su momento utilizaron los socialistas para defender estas giras. Argumentos que, curiosamente, no sirvieron para que el PP, entonces en la leal oposición, supiera muy bien diferenciar entre lo que para la ciudad era una cuestión necesaria (salir fuera a buscarse la vida) y lo que resultaba accesorio (organizar una excursión de amigos y empresarios afines).
Según nos cuentan las crónicas (no en todos los periódicos: algunos apuestan por la devoción navideña en lugar de por estas cosas menores), el programa oficial de trabajo de la expedición sevillana a Nueva York consistirá en una serie de encuentros para promocionar Sevilla como destino turístico, gastronómico, cultural, congresual y sede estable de cruceros. Lo clásico, más los barquitos. Notable resulta, sin embargo, que el gobierno de Zoido (Juan Ignacio) haya incluido en el programa la venta a los posibles mayoristas (turísticos) de espacios como el nuevo Palacio de Congresos (Fibes) o el Parasol de la Encarnación. Ambos proyectos fueron duramente criticados por el hoy regidor en su etapa en la oposición. Ahora, ya en el gobierno, se apunta sin rubor alguno a sus bondades (el primer proyecto las tiene; el segundo no) con la misma retórica que su precedente en el cargo. Que sí: que el Parasol está en el MoMa. Como si eso fuera sinónimo de calidad arquitectónica. Por otra parte, hay cuestiones imposibles de asumir: ¿se puede vender Sevilla como destino cultural después de haber dinamitado el CaixaFórum de las Atarazanas? Se antoja difícil. Esperemos que nos responda el habitual coro de campanilleros.
El programa del viaje incluye también algunos actos de promoción deportiva (especialidad de los amigos de la Casa), la difusión de Sevilla como Ciudad de la Ópera (con un presupuesto decreciente en la materia, pero esto, claro está, es otra cuestión desgraciada y siempre será culpa de la Junta) y, por supuesto, algo de flamenco, tapas, tortas de Inés Rosales y los recurrentes recursos de márketing turístico (esa disciplina tan triste), que vienen a consistir mayormente en recordar que tenemos AVE (hace casi veinte años de esto; lo hicieron los socialistas) y somos el único puerto fluvial navegable de España, que, que se sepa, sólo es un mérito geográfico. Al parecer, todo esto en Nueva York no lo saben.
Bromas aparte, lo que habría que preguntarse es si para salir fuera a buscar nuevos mercados como ciudad (vender a Sevilla es otra cosa distinta), debemos ir de nuevo con el cartel de siempre. Afortunadamente Serrano (Gregorio) no parece que haya metido a sus Reyes Magos en la expedición (aunque nunca se sabe) ni pretenda ir a Nueva York, donde está Times Square, a vender el mapping platónico con el que Zoido y Cía nos quieren hacer pasar por dichosas estas navidades. Pero lo cierto es que nos repetimos demasiado: folclore y farolillos en lugar de innovación y formación. Hacer esto en un país que se inventó Las Vegas y Atlantic City, por no decir Coney Island, hace demasiadas décadas resulta probablemente inútil. Nadie sabe más que los norteamericanos sobre entretenimiento y espectáculo. Pero nuestro ayuntamiento lo intenta. Es enternecedor.
Lo que se constata con la iniciativa, en todo caso, son pocas ideas. Y cierto cinismo político, al hacer precisamente ahora justo lo que se criticaba en la oposición, sin planteamientos nuevos ni proyecto sólido alguno para que la imagen de Sevilla en el exterior nos sirva verdaderamente para algo útil, además para presumir de un falso y ridículo orgullo. Zoido relacionaba las embajadas a Nueva York de Monteseirín con ejercicios de dispendio del dinero público cometidos por los diablos rojos. Lo hacía en tiempos de las vacas gordas y desde su condición (entonces) de aspirante a alcalde. ¿Han cambiado las cosas para no aplicar el mismo discurso? La única diferencia parece ser que quien está en el poder municipal ahora es él. No hay más. La ciudad está incluso más arruinada que antes. Todo esto, por lo visto, ya no importa demasiado. Las tornas han cambiado. La óptica ha mutado. La importancia, sin embargo, no se ha evaporado. Es moral. El único cambio real consiste en que los fiscales de entonces son ahora abogados defensores. Ironías del destino.
No hace falta que el concejal Serrano nos prometa que gracias al viaje vendrán más cruceros. El Titanic que se hunde es la propia Sevilla, sin millonarios y con una legión de desempleados. La expedición hispalense a Nueva York recuerda demasiado a la que en 1406 el dominico Alfonso Páez de Santamaría hizo a Samarcanda para visitar al rey Tamerlán por orden de Enrique II de Castilla. Ha cambiado la época, es cierto. Pero no el motivo esencial: seguimos exportando nuestra propia visión del Medievo. Tan sevillano.
Deja una respuesta