Cada vez que el Quirinale, inflamado por un orgullo interesado, presume de la cantidad de autónomos felices que existen en la Marisma muere un gatito. O el autónomo en cuestión, lo que supone un drama que el gabinete del Reverendísimo, tan sensible, acostumbra a ignorar, acaso porque buena parte de sus componentes no han cobrado –ni cotizado– de otra cosa que no sea la política partidaria estricta. La consejera de Empleo del Gran Laurel, Blanco (Rocío), fue en una vida anterior inspectora de Trabajo. Más tarde dirigió (por supuesto en Málaga) la recaudación del tributo obligado que los autónomos más menesterosos, muchos de los cuales trabajan sin salario mínimo que los ampare, deben pagar para alimentar al cuerpo de funcionarios al que ella pertenece y que en su mayoría es femenino. Es el mismo que en los egregios edificios de la Tesorería de la Seguridad –¿para qué querrán esos palacios de cristal si les cierran la puerta en la cara a los ciudadanos?– no te atienden ni con cita concertada. La consejera, que empezó en Cs y ahora está con el PP, dice: “Quizás haya que actuar contra los parados que rechacen empleos”.
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