Uno de los privilegios de los hombres, siempre que la diosa Fortuna no resuelva lo contrario, consiste en saber elegir el lugar –y la forma– en la que se va a recibir a la muerte, la última invitada de esta feria de vanidades que es la existencia. No siempre se puede, pero cuando se disfruta de tal opción la selección del embarcadero de partida sirve para honrar, o arruinar, la trayectoria previa del velero. Vivir bien es saber despedirse: primero, de las sucesivas edades de la vida; más tarde, de los seres queridos; a la postre, de uno mismo. No existen reglas para este último ritual, salvo la aceptación –expresa o tácita– del desenlace genético. La vida es una narración –a veces épica, a ratos vulgar; en la mayoría de las ocasiones similar a una navegación de cabotaje– cuyo sentido íntimo se construye desde la estación término. Antonio Escohotado (1941-2021) eligió San Antoni, una localidad situada al norte de Ibiza, como cruce postrero de la Estigia, apurando sus últimos días (y sus noches) junto a los suyos –¿cabe mejor final?– y sin cerrarse a los extraños, con los que dialogaba a través del ordenador.
Las Disidencias en Letra Global.
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