La política, o más bien su ausencia, sustituida por el sainete parlamentario habitual y ese invento que algunos denominan cogobernanza, nos ha conducido al precipicio. España es ya como un relato de terror gótico. Atravesamos las puertas de un segundo confinamiento masivo –viene a dar igual que se decrete por territorios– y caminamos hacia un colapso hospitalario que ha dejado de ser probable para convertirse en cosa segura. Los presidentes autonómicos, ayudados por la indiferencia de la Moncloa, cuyo inquilino ya ni siquiera se digna a acudir al Congreso que lo nombró presidente, hacen cada uno la guerra por su cuenta, amparándose en una cobertura legal improvisada sobre la marcha tras meses de incompetencia y mentiras, y guiados por intereses particulares. Si Sánchez, el Insomne, se inventó antes del verano lo de la nueva normalidad, el mantra de esta segunda ola –que es idéntica a la primera, porque en realidad no hemos salido de ella más que en nuestra imaginación– es la enfática expresión de cierre perimetral. Como suele ocurrir con los términos creados por los asesores políticos, no es ninguna de las dos cosas que enuncia. Ni es cierre, ni tampo es perimetral.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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