El concepto procede del mundo de la programación informática, se conoce como la ley de Brandolini y reza así: “La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez es muy superior a la que se necesita para producirla”. Parece ideal para describir la espiral de la política española, que ha saltado del delirio catalán –casi un enfrentamiento civil– a la diatriba salvaje provocada por la crisis del coronavirus. En pocas palabras: el Gobierno entre socialistas y podemitas, forzado tras la debacle de Sánchez I, el Insomne en la segunda repetición electoral, niega ser responsable de las muertes y la debacle económica provocada por la pandemia, pero se ha acostumbrado, con la coartada del estado de alarma, a gobernar por decreto, criminalizar las críticas y relativizar la tragedia para sobrevivir a la tempestad. La oposición que forman PP y Vox –Cs vuelve a situarse en tierra de nadie–, en cambio, ha declarado la guerra absoluta a la Moncloa y, en lugar de presentar una moción de censura –que perderían–, agitan las calles en una suerte de insumisión contra las resoluciones gubernativas, que presentan como un ataque frontal contra las libertades.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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