La fórmula más infalible que existe para mentir con éxito consiste en decir la verdad. Hacerlo es además la única manera de hacer literatura, un arte paradójico que construye mundos ficticios para enseñarnos a entender mejor el universo de lo inmediato. Se trata de un oficio imposible. A menudo no se considera tal y tampoco da para vivir. Acaso la mejor estampa de lo menesterosa que es la condición natural de un poeta, que así llamaban los antiguos clásicos a todos los escritores, sea la pintura que ilustra esta disidencia: un lienzo del pintor romántico Carl Spitzweg que muestra a un vate solo en su buhardilla, sin nada más que sus viejos libros y una estufa, contando las sílabas de los versos con los dedos. La pieza tiene un aire cómico. El tipo nos parece entrañable porque es víctima de su propia obstinación: ha vendido ya cuanto tenía para calentarse –pueden verse los tejados nevados tras su ventana– y continuar escribiendo. Sin mesa, sin silla y con una botella de vidrio como candelabro; solo, encerrado dentro de su propio abrigo, el famélico poeta trabaja en un jergón y se protege con un paraguas de las goteras, ajeno a la miseria que le rodea y consagrado a su arte sublime.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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