A veces conviene mirar hacia atrás. Hasta allí donde nos alcanza la vista. Hay que hacerlo en dirección a ese pretérito que los adanistas afirman que no existe para entender la verdadera esencia de las cosas. Frente a la milonga de que el pasado ya no forma parte de nuestras vidas –sólo porque es un tiempo cumplido– existe un antídoto infalible. Se resume en tres sencillas preguntas: ¿Cómo es tu rostro? ¿Qué idioma que hablas? ¿Quién eres? Si se contesta con sinceridad, virtud escasísima, se convendrá en que todos, con el curso de los años, e incluso tiempo antes, en mayor o menor medida vamos teniendo un rostro similar al de quienes nos engendraron. Obra de la genética, que nos acerca a nuestros difuntos. En relación al idioma, no hay dudas: hablamos una lengua creada por seres desconocidos que fallecieron hace siglos. La tercera cuestión, eterno asunto de discusión de la religión y de la filosofía, parece ontológica o metafísica. Todos nos la hemos formulado alguna vez: ¿Somos quienes soñamos ser o encarnamos el deseo (ajeno) de otros? ¿Nos hemos convertido en el personaje de ficción que imaginó ese niño que dejó de existir y que tuvo, antes de ser asesinado, nuestro mismo nombre?
Las Disidencias en Letra Global.