Lawrence Ferlinghetti (Yonkers, 1919-San Francisco, 2021) es el gran poeta de los etcéteras. Cada vez que se enumera la lista de los insomnes hijos de la Beat Generation, el grupo de escritores y balas perdidas que en la Norteamérica en blanco y negro de los años 50 del pasado siglo se atrevieron a cuestionar la filosofía del sueño americano, esa convergencia de ingenuidad, ilusiones meritocráticas y materialismo consumista, o lo que es lo mismo, la idea de la felicidad vista a través de la forma perfecta de un frigorífico lleno, Ferlinghetti siempre aparece citado al término de la frase, como un complemento o un acompañante (inevitable) de personajes mayores, como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs o Gregory Corso. Los héroes del poderoso mito de la contracultura. Glorioso secundario, niño temprano del arroyo, huérfano desde su más tierna infancia, militar secreto y, precisamente por eso mismo, pacifista inmediato, el poeta neoyorquino fue el eterno hombre detrás de la cortina. Editor ejemplar, librero iconoclasta y agitador político y cultural, una enfermedad pulmonar se lo ha llevado antes de cumplir los 102 años y con la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus dentro del cuerpo.
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