Pensar en España es un ejercicio de riesgo. Hacerlo además con libertad supone un milagro. Por eso, aunque esta afirmación pueda mover a escándalo, se hace bastante poco y, en general, tomando siempre las debidas precauciones. Sucede, sobre todo, en nuestra vida pública, consagrada a la perversión partidaria, el cotilleo malévolo y el periodismo (que no es periodismo) de trinchera ideológica. Vicios antiguos que, gracias a las redes sociales, se multiplican hasta el infinito. En un país que secularmente ha tenido graves problemas con la cultura –en buena medida por la intermediación de la iglesia, que ha condicionado buena parte de nuestra historia; y más recientemente por los largos y oscuros decenios de la dictadura franquista– el ejercicio del libre criterio ni goza de suficiente sustento (intelectual) ni disfruta de excesiva popularidad.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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