El amor de Luis de Góngora y Argote, poeta sublime del Siglo de Oro español, por la sintaxis invertida –esa creación que los retóricos llaman hipérbaton– comienza por su propio nombre. Sus apellidos naturales son los mismos con los que firmaba sus escritos, pero cambiados de orden. Su padre era Argote, administrador autorizado de los bienes que la Santa Inquisición arrebataba –por mandato divino– a los heréticos que se apartaban del dogma sancionado y recibían un grave castigo material para un mal espiritual. Su madre fue la verdadera Góngora, de cuya estirpe el poeta tomó el apellido con el que ha pasado a la historia y cuyos posibles –la renta, a modo de tributo eclesiástico, que percibía para su sostenimiento personal– procedían de su tío materno, racionero de la catedral de Córdoba, ciudad donde pisó por vez primera la dudosa luz del día, como dice el gran verso de su Polifemo
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