Dostoievski veía el infierno en la incapacidad que tienen determinadas personas para amar. Podemos afirmar entonces que nuestra singular resistencia a adorar a la patria, esa estafa cotidiana, constituye un ejercicio de ciudadanía. Nos atreveríamos a defender incluso que se trata de un derecho tan vecinal y democrático como el padrón municipal, que -como el día del juicio final- a todos nos iguala. Es lo que sentimos en Sevilla, una ciudad que se imagina cumbre de sí misma, como señaló con acierto Chaves Nogales.
La Noria del sábado en El Mundo.
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