Como ya sabíamos todos –desde el principio– es bastante probable que el expresidente de la Junta de Andalucía, el socialista José Antonio Griñán, no entre nunca en la cárcel a pesar de estar condenado por los delitos de prevaricación y malversación en el escándalo de los ERE. Su ingreso en prisión, que viene demorándose artificialmente desde hace ya cuatro largos años, cuando el tribunal correspondiente sentenció en firme su suerte procesal, que a tenor de los hechos parece ser colosal, todavía está pendiente de la última opinión de la Audiencia de Sevilla, pero el caso ya ha sido orientado, desde todas las instancias judiciales, periciales y partidarias, en proverbial armonía, como si los actores de esta tragicomedia fueran las partes de un único cuerpo, en un sentido concreto (favorable a un reo que se resiste a serlo) que contrasta con el destino decretado para los demás encausados, que o están en prisión desde hace meses o han pasado por la cárcel con enfermedades y quebrantos equivalentes. El azar tiene una manera irónica de dibujar sus analogías: en la España de 1975 todo el mundo estaba pendiente cada día de los partes médicos del dictador Franco; en la Marisma de 2023 la actualidad orbita alrededor de lo que dicen, sugieren, desdicen e insinúan los peritos y la fiscalía acerca de la enfermedad del expresidente.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.