La violencia, según Max Weber, es un instrumento esencial de la acción política. También de la literatura, por mucho que la galaxia de ofendidos (con la realidad) que nos rodea imponga su adolescente anatema a todo aquello que les hace parecer mejores, sin serlo y, en el fondo, sin cambiar absolutamente nada. Conviene recordarlo: los primeros versos de la Iliada cantan la cólera de Aquiles, causa de una guerra sin la que no puede entenderse el nacimiento de la cultura occidental. ¿Vamos a cancelar a Homero por contar en hexámetros milagrosos esta evidencia? ¿Por no ser el primer apóstol del pacifismo? Sólo pueden pensarlo los ignorantes.La vida real, por desgracia, es generosa de calamidades sinnúmero e injusticias constantes, pero ignorarlas como materia artística, incurriendo en la adolescente catequesis cultural, equivale a instalarse en una nube y habitar en un mundo artificial alejado del barro de la verdadera existencia. Por eso resulta tan saludable el vigor que todavía conserva la novela negra en un contexto editorial entregado a las convenciones de lo políticamente correcto y condicionado por discursos que buscan la entronización de una ideología dogmática instalada en el monopolio industrial del victimismo y alérgica al pensamiento crítico.
Las Disidencias en Letra Global.
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