El arte del verdugo, que consiste en matar a alguien cumpliendo órdenes ajenas, sin incurrir nunca en sentimentalismos excesivos y, a ser posible, sobre todo para el ajusticiado que se encuentra en tan dramático trance, con rigor y eficacia, es un ejercicio imposible de deslindar de la metafísica. El ejecutor de una sentencia máxima, por supuesto, no debe pensar en cosas sublimes al afrontar su trabajo, sino en los aspectos más vulgares y ordinarios de la muerte. Su desapego, que en el fondo es una manifestación refinada de profesionalidad, sin embargo, esconde casi siempre un reverso momentáneo, una pasajera cara en sombra, que le impide prescindir de la inevitable trascendencia. Aunque una guillotina opere todos los días, cada uno de ellos es distinto, igual que son diferentes sus víctimas, sean o no culpables. La última novela de Javier Marías, probablemente el mejor escritor en lengua española desde hace décadas, se adentra en esta maldición –nuestra incapacidad de pensar en el asesinato en términos morales– que vincula a quien mata con aquel que es o puede ser ajusticiado. Tomás Nevinson (Alfaguara) se presenta como una fábula con la apariencia de una novela de espías, anclada en la tradición literaria –la de Marías, obviamente– que fascina y, en paralelo, proyecta una duda existencial, una pregunta universal. ¿Matar puede ser bueno?
Las Disidencias en #LetraGlobal.
Deja una respuesta