Únicamente los que de verdad han experimentado ese volver a nacer que es viajar (sin mapas) lo saben de primera mano: la principal fuente de sabiduría consiste en la decepción. No hay nada más maravilloso que escoger un sitio al azar en una cartografía –que sea geográfica o sentimental viene a ser un factor secundario–, enamorarse de su nombre, proyectar una ficción y, sobre la marcha, irse en su busca con los medios disponibles, casi siempre escasos. Es un ejercicio para masoquistas: en nuestros días los descubrimientos son imposibles si no se comprende antes de partir que la épica de cualquier viaje es un artificio para disimular la humildad de las cosas, igual que la vulgaridad es el origen cierto de la poesía. Llegamos a esta conclusión después de leer –con un placer que hacía tiempo que no sentíamos– tres de los numerosos libros de ocasión que Josep Pla, una de nuestras debilidades literarias particulares, dedicó a sus estancias, breves pero intensas, en sitios tan dispares como Nueva York, Rusia, Inglaterra, Francia y otros países de Europa central, reunidos en su día en la edición de sus Obras Completas, y recuperados ahora por Austral y –en dos magníficas ediciones con complementos– por Destino, un sello asociado íntimamente al escritor del Ampurdán.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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