“La Historia, para ciertos hombres, es como un viaje: únicamente ven en ella lo que ya llevan previamente en su imaginación”. La frase es de John Stuart Mill, filósofo liberal, pero resume el rasgo común que caracteriza a toda la generación de políticos que vivieron el alumbramiento de la autonomía en la Marisma. Ninguno es capaz de juzgar con objetividad (y crudeza) los hechos desnudos, sino que tienden a fijarse únicamente en los personajes de su pretérito y, en función de eso, suelen alterar la verdad humilde de las cosas. La mayoría se adornan; otros se cobran odios antiguos (entre compañeros de partido) o reiteran su condición de supuestos cavalieri d’armi de una conquista que presentan como gesta popular, pero que en realidad nunca se ganó en la calle –aunque las manifestaciones de 1977 ayudaran mucho– ni con el referéndum fake, sino a través de acuerdos políticos cocinados en los despachos. Ninguna negociación contribuye a la épica, así que es natural que el enfático relato del autogobierno (que fue concesión, no conquista) se haya dotado de una pompa que no concuerda con las circunstancias. La verdad, por supuesto, es más prosaica.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.