El periodismo es una forma pacífica, sin dejar de ser incendiaria, de sembrar el pánico. A eso, y no a ninguna otra cosa distinta, nos dedicamos los que (todavía) tenemos como único oficio escribir en los periódicos, frente a aquellos que aparecen en los medios –muchachos, habitamos en una maravillosa galaxia transmedia donde disfrutamos de la esclavitud del periodismo multitarea– para darse un poco de lustre (imposible) a sí mismos. En efecto: es la inmensa falta de cariño la que puebla las redes sociales. La distinción entre los primeros y los segundos parece nítida: los periodistas ancien régime –que somos los realmente modernos, porque trabajamos a la contra– sabemos reírnos de nosotros mismos. Siempre. Llevamos años haciéndolo a fuerza de practicar la ruleta rusa de la sinceridad hasta donde tolera nuestra temeridad, que es considerable; los otros, llamémosles nativos digitales, en general funcionan como retrógrados (naturales) dada la exigencia actual de ser correcto y no ofender a nadie. Internet ya no es una república de libertos ni una suma de falansterios. Es una gran red (comercial) donde existe la censura tribal y, para progresar, conviene no importunar a nadie. Extraña manera (imposible, de hecho) de ejercer este viejo oficio de la irreverencia por escrito. Pero, como diría Kurt Vonnegut, “so it goes”.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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