En casi todas las disciplinas artísticas la complejidad, sea natural o gratuita, es una muestra de madurez y, al mismo tiempo, el temprano preludio de la inevitable decadencia, aunque ésta última demore siglos en manifestarse. Basta estudiar el tránsito entre el Renacimiento –una época histórica en la que los artistas anhelaban emular al clasicismo de los antiguos– y el Barroco –un arte basado en el desengaño vital causado por la certeza de las postrimerías– para darse cuenta de que cualquier exceso puede ser leído indistintamente como muestra de riqueza y, a su vez, a modo de preámbulo de un tiempo lleno de calamidades. Algo similar cabe decir sobre el éxito del turismo en Andalucía, cuyos gobernantes miran con inquietud las manifestaciones que hace una semana llenaron las calles de las Islas Canarias, donde 60.000 personas protestaron por los efectos del turismo masivo.
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