Lo más increíble del (interminable) viaje hacia ninguna parte que desde hace décadas viene haciendo el nacionalismo en Cataluña, transmutado en soberanismo cuando el egoísmo cerril de la endogámica tribu original chocó con el interés general, que es la caja común del Estado, no es el vodevil del prusés, ni la fantochada del falso referéndum del 1-O; ni siquiera la aplicación (ganada totalmente a pulso) del artículo 155 de la Constitución, sino la traición del separatismo a su propia tradición cultural. A sus fuentes ideológicas previas. En España hay quien piensa que el regionalismo catalán –una forma de reivindicación política no necesariamente rupturista– es el verdadero origen de la calamitosa situación política de Cataluña. Otros, en cambio, creen que aquella fase histórica benefició no sólo a muchos catalanes, sino también al resto de España porque animó a otros territorios a aspirar a la misma idea de progreso que Cataluña ha representado (hasta ahora) desde finales del XIX.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global
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