La espiral de desgracias que padece España –muertes infinitas, enfermedad, incompetencia política, insolidaridad y ruina– no tiene antecedentes desde los tiempos aciagos de la Guerra Civil. Entonces el país de nuestros abuelos quedó atrapado –y destrozado– por el sangriento pulso entre el fascismo y el comunismo, los dos totalitarismos con rostro bifronte del pasado siglo XX. Los tiempos cambian, pero las calamidades permanecen. Nuestra tragedia presente no es ideológica, sino moral: la muerte (ajena) parece haber dejado de importarle a una clase política ensimismada y autista, obstinada en la oscura mentalidad de aldea. En caso contrario, no se entiende el dislate en el que vivimos. Para nuestros gobernantes los difuntos, las víctimas, sólo parecen ser las imágenes virtuales de un videojuego.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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