El fondo de la cuestión puede enunciarse con la lógica (terrible) de Raskólnikov, el asesino de Crimen y castigo, la soberbia novela de Dostoyevski: “Si Dios no existe, entonces todo está permitido”. La desaparición de una pauta moral nos instala en el reino del nihilismo. ¿Qué es la cultura? ¿Para qué sirve? Si nadie es capaz de definirla con exactitud, es que todo es cultura o puede llegar a serlo; de donde se desprende la conclusión de que nada, en el fondo, lo es. Se cumple así la infame profecía de la posmodernidad. Vivimos inmersos en este relativismo conceptual. Todo es confusión: llamamos cultura a la creación artística, a la identidad (personal y colectiva), a las costumbres e, incluso, como muestran las lacras de los nacionalismos y los populismos, hasta a las frustraciones íntimas, aunque se compartan amparándose en los códigos comunales de la horda.
Las Disidencias en Letra Global.
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