En 1976, un año después de la muerte de Franco, Julián Marías (1914-2005) alumbraba en Espasa-Calpe una colección de “libros de pensamiento” bautizada con el nombre de Boreal. Era un proyecto editorial que rendía un homenaje (a la inversa) a la celebérrima colección Austral del sello editorial. “Boreal” –escribía el filósofo– “nace con la esperanza de abrir una época en que la libertad, la veracidad y la claridad sean posibles, y acaso lleguen a ser las condiciones normales de la vida intelectual”. La aspiración de Marías suponía una anomalía. España todavía estaba gobernada por los herederos de la dictadura y se debatía –en silencio o con estruendo, dependiendo de dónde se mirase– entre el continuismo totalitario, instaurado tras la Guerra Civil, y la incertidumbre de lo que se conocía como la ruptura. Muchos españoles deseaban que todo siguiera igual –la etapa crepuscular del franquismo coincidió con el espejismo de una humilde prosperidad material, sin libertades, en un país que antes de la contienda era mayormente pobre, agrario y analfabeto– y otros soñaban con un viraje en relación a un pasado inmediato que, en el fondo, desde el principio siempre simbolizó el pretérito. Al final, triunfó una vía intermedia: una reforma, cocinada en los despachos del poder con la colaboración con la oposición, incluidos los nacionalistas vascos y catalanes, que rodeó a los extremismos –entonces nada irreales–, salvó la amenaza militar (a pesar del 23-F) y encarriló un sistema político que, al amparo de la concordia, decidió mirar hacia adelante, en vez de ajustar cuentas con el pasado reciente.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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