Albert Camus, el gran escritor francés, dijo una vez que el único problema filosófico verdaderamente serio que existe en la vida es el suicidio. A su lado, los demás conflictos sobre la existencia no pasan de ser pasatiempos. Algo similar ocurre en el ámbito de la política. Toda la discusión pública, aunque se nos presente ante los ojos con distintos ropajes, generalmente bajo la forma de un teatro del absurdo, se reduce a una dialéctica muy primaria basada en un único interrogante: ¿estás a favor o en contra del sistema? La política posmoderna, además de superficial, frívola y viral, se ha convertido en maniquea. Probablemente porque la realidad que la configura también lo sea.
Bien mirado, nuestro mapa político, tradicionalmente retrasado en relación al entorno continental, ya está plenamente al día, lo que, frente a lo que se cree, constituye una indudable desgracia. Las opciones políticas son más que hace sólo seis años, sí, pero no han traído pluralidad de ideas, sino una confluencia de intereses inmediatos, administrada por gente sin paciencia, que amenaza con crear bloques sociales, tabulando así a toda la sociedad.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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