Zoido ha tenido una feria del turismo triunfal. El alcalde se marchó a Madrid, que es donde se celebraba Fitur, recibiendo críticas porque redujo la oferta de Sevilla a tres cuestiones: flamenco, tapas y congresos. No debieron de gustarle demasiado los comentarios al respecto, sobre todo alguno que procedía de analistas afines a su causa, porque el hombre estuvo el resto de la semana reiterándose: Sevilla es la mejor ciudad del mundo. Anunció que invertirá más dinero en promocionar el aeropuerto y presumió de que la ciudad acogerá 17 congresos durante los próximos dos años con un impacto económico teórico de 40 millones de euros. Las cuentas, por supuesto, las hace su gente.
Lo que no dijo Zoido es que todos estos congresos serían inviables si no existiera el nuevo Fibes, que es una obra que criticó mucho en la oposición, inauguró sin construirla, y que ahora utiliza para acoger conciertos populares en lugar de sacarle endimiento. No contento con todo esto, nos apabulló con datos sobre el récord de visitantes alcanzado la pasada Navidad. También distribuyó un video con el que pretende promocionar la Semana Santa como reclamo turístico a 80 días para el Domingo de Ramos. Algunos diarios lo consideraron noticia de primera.
Todo esto está muy bien. Nada habría que objetar si no fuera porque, en paralelo al triunfalismo, los datos de la EPA nos confirmaron también que Sevilla sigue produciendo parados como si el desempleo se tratase de una planta industrial en cadena. De esto el Consistorio, obviamente, no dice demasiado. Justifica la situación insistiendo en que sus competencias en la materia son relativas –cosa cierta, pero en la oposición no parecía importar a la hora de criticar a su antecesor– y contratando programas de aceleración empresarial más rentables para quienes los organizan que para aquellos que los reciben. Nada nuevo bajo el sol: del negocio de la formación se han estado lucrando durante lustros empresarios y sindicatos mientras los desempleados no dejaban de aumentar
El paro, es el único negocio perdurable de esta ciudad. El turismo siempre será estacional, pero el Inem es tan eterno como la Catedral. El catecismo de Zoido dice así: si el turismo crece se creará más empleo; si se abre un negocio se firmarán contratos. No es del todo cierto: hay negocios, como los párkings que tanto le gustan al PP, que no crean empleo alguno. El incremento del turismo nacional en diciembre sólo se ha traducido en un 5% en términos de empleo, lo que implica que para aliviar el problema de fondo los sevillanos deberíamos irnos a vivir a otro sitio y dejar la ciudad a los turistas. No parece probable, aunque si por el alcalde fuera antes que repetir en la Alcaldía se sacaría el título de patrón de yate: le resulta más fácil vender un crucero que gobernar Sevilla.
Por supuesto, el Consistorio no entra a analizar la naturaleza de este empleo frágil y estacional. Esto es una menudencia para un político que está otra vez en campaña. Ganas de meter el dedo en el ojo para no reconocer que ha logrado convertir en gesta lo obvio: el calendario gregoriano. Ya se sabe: a la Navidad le sigue siempre la Semana Santa y la Feria, porque los carnavales (todavía) son patrimonio de Cádiz. Después viene el verano y, de nuevo, el otoño, cuando comienzan las extensas vísperas del Adviento. Siempre es así. El calendario no se detiene porque, como decía Quevedo, el tiempo nunca tropieza. El triunfo turístico de Zoido está pues garantizado: a cada estación le seguirá otra. Nadie puede censurar con fundamento una estrategia política basada en lo inevitable, que es el tránsito de los días, aunque sea vendiendo la misma estampa amarillenta que vivieron nuestros abuelos.
Zoido nos vende con vehemencia sus éxitos porque ha retornado donde nunca estuvo del todo. Que lo disfrute. La Navidad, la Semana Santa y la Feria existían antes de su arribo a la Plaza Nueva. Igual que la Torre del Oro, la Catedral y la Giralda. Por otra parte, convendría recordarle que quienes tienen que votar dentro de algo más de un año no son ni los hosteleros, ni los hoteleros, ni los comerciantes, a quienes el alcalde ha convertido en sus guías, sino los ciudadanos, a los que no es que les moleste que el turismo crezca, por supuesto, sino más bien que el ayuntamiento al que le pagan los impuestos los ignore olímpicamente para convertirse en un promotor de bodas, bautizos y comuniones que llena la ciudad de veladores, convierte las calles en inmensos abrevaderos al aire libre, cuenta hacia atrás los días que restan para el eterno bucle cofrade, no les hace ni maldito caso y, para culminar la hazaña, les pide que sonrían y aplaudan. Parece excesivo. Casi se diría una crueldad.
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