En el PSOE indígena, que es el que gobierna esta marisma que llamamos Andalucía, no conocen a Serge Doubrovsky. No es extraño: sus aspiraciones intelectuales, salvo notables excepciones, son idénticas a las de un geranio plantado en un tiesto, cuyo ideal de felicidad suprema es continuar siempre en el mismo lugar, recibiendo todos los días el agua (de los presupuestos) y dorándose a la luz del sol (meridional). Y, sin embargo, Doubrovsky, autor de una célebre novela –Fils–, ya auguró lo que está ocurriendo esta semana en Ferraz, donde lo que está en crisis no es el PSOE, ni la socialdemocracia, sino la autoficción que ha marcado durante décadas la vida pública de España.
Lo asombroso no es la virulencia del enfrentamiento entre las dos maras centroamericanas que pugnan por dominar el torreón en ruinas de Ferraz –las guerras civiles nunca han sido precisamente piezas artísticas–, sino la coincidencia de ambos bandos en destruir los hilos finales de su destino, independientemente de cuál de ellos gane al final esta razzia. Hasta ahora la historia oficial de los socialistas, especialmente desde Suresnes, era una suerte de autobiografía sucesiva de caudillos. Todo indica que el PSOE va a fenecer de una variante de esta misma enfermedad: el caudillaje posmoderno. El padrino mayor –González– ha inclinado a la vista de todos el dedo hacia abajo y las huestes del peronismo rociero, obedientes a los caprichos de la Reina de la República, han tomado el camino a Madrid para ejecutar la sentencia de muerte contra Sánchez, rubricada y lacrada desde el mismo día que llegó al sillón de la General (Secretaría) por conveniencia de Su Peronísima.
A pesar de que algunos periódicos que antes se definían como liberales estén avalando el golpe de Estado –extraordinario espectáculo fenicio–, lo que le está sucediendo al PSOE es el hundimiento de su autobiografía histórica. El partido es ahora la suma de dos autoficciones enfrentadas. La diferencia esencial entre una autobiografía y una autoficción consiste en que la primera es un género unitario, completo, global. Un discurso particular que se reclama como la verdad. Que aspira a ser historia. La autoficción nace de su atomización: es un relato construido con fragmentos, sin argumento lineal, armado con visiones de la realidad que no alcanzan la verosimilitud necesaria. Las autobiografías, es sabido, versan sobre un único personaje. Las autoficciones son el relato de un personaje cuyo rostro siempre está en sombras, desdibujado. La historia de alguien que nadie sabe exactamente quién es.
No es extraño que los susánidas –peronistas a los que pagan con el dinero de nuestros impuestos para que jueguen a ser jefes de escuadra– hablen de refundar el PSOE. No existe organización ni institución que resista el más leve golpe del viento sin contar con un relato sólido sobre sí misma. El problema es que lo que se aspira a refundar –si los bárbaros ganan la algarada– ya no será el PSOE, sino una Casa Rosada para que disfrute la zarina. Una basílica con una inmensa concha en el tímpano de entrada. La guerra de los socialistas no es un duelo de legitimidades. Es un choque de relatos. Y ambos son parciales, incompletos e inconsistentes para poder sostener nada. Ni ahora ni en el futuro.
La autoficción, que es un género moderno, no reconoce a los antiguos héroes épicos, que eran los protagonistas de las autobiografías políticas. Por eso no es descartable que aunque Sánchez acabe muerto en la arena del Circo Máximo (Díaz Cano), Su Peronísima también haya perdido –para siempre– esta guerra que ha iniciado movida por una ambición cuyo hermano secreto es el pánico que, desde hace años, siente ante cualquier batalla a campo abierto. Los líderes absolutistas son populistas porque necesitan un relato para dar legitimidad el discurso de la fuerza. El de Díaz y Cía no funciona. En la gramática parda de los socialistas está escrito: si tienes que explicarlo en exceso, es que ya has perdido.
Los argumentos del coup d’état susánida obligan a interpretar los estatutos del partido en función de la costumbre de la tribu, no del derecho. Mala cosa. Los oficialistas tienen a su favor la literalidad de lo escrito: todo termina en un congreso; en una votación, que es justo lo que los susánidas querían evitar y hoy han aprobado los oficialistas. Los conjurados están perdiendo hasta la batalla escénica: un rebelde no se queda a la puerta del palacio haciéndose la víctima; un rebelde toma el trono a sangre y fuego. O triunfa o muere. Díaz ha enviado a sus peones sin munición suficiente. Mientras, Ella se mantiene a cubierto. Por si acaso. La cobardía acaso construya sangrientas dictaduras gobernadas por la autoridad (militar, por supuesto), pero rara vez es el principio de los imperios perdurables.
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