Las primarias socialistas, transcurrido tiempo suficiente desde el último ciclo electoral, han sido un buen termómetro para medir la salud del sistema político español. Como todas las cosas trascendentes, ocurrieron en un escenario prosaico. Incluso vulgar: una lucha cainita por controlar la dirección de un partido que hasta hace una semana parecía tener más pretérito que futuro. Primero, por una cuestión biológica; pero también por un problema sociológico: los socialistas sufren una desconexión total con la España real, que es un país a dos velocidades y profundamente desigual. La verdadera trascendencia de las elecciones del PSOE tiene, en realidad, poco que ver con los nombres. La elección del nuevo líder socialista ha sido una prueba diagnóstica: una forma de averiguar si realmente estamos ante el ocaso del sistema político representativo o si, por el contrario, éste resiste el envite de su propio descrédito.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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