La propaganda política, eso que algunos llaman el relato, se parece mucho a los castillos de arena que los niños construyen en la playa. Con una ingeniería más bien pedestre, y armados con cubos y palas, estos candidatos a agrimensores levantan, junto a la orilla, una orgullosa fortaleza llena de almenas que simbolizan sus infantiles aspiraciones de dominio. El ritmo de las mareas les permite mantener el espejismo imperial un rato largo, pero, más pronto que tarde, una ola horada, sin esfuerzo, el monumento efímero que unos segundos antes prometía protección y cobijo permanentes. El mar destroza así los efímeros sueños infantiles. Algo similar ha ocurrido con el escudo social que el Gobierno central prometió crear para proteger a los más débiles ante las inclemencias del coronavirus. El Marqués de Iglesias lo presentó con pompa y boato, antes de irse de vacaciones, como la respuesta política desde la izquierda frente a la calamidad. Los ingenuos, entusiasmados, pidieron ración doble antes de comprobar si realmente había comida sobre la mesa. El tiempo, inmisericorde, ha hecho el resto: las esperanzas menguan y, como escribió Gil de Biedma, “la verdad desagradable asoma”: la despensa está vacía y el escudo mítico se ha agrietado antes de la batalla.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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