La suerte está echada y la investidura casi resuelta, pero el presente inmediato de eso que todavía nos atrevemos a llamar España augura un desastre político duradero, de dimensiones colosales y equivalente al que se vivió hace ahora más de un siglo. Concretamente en 1898, cuando se perdieron las últimas colonias de ultramar –vestigios postreros de un imperio en decadencia– y el país real se hundía en la miseria moral al mismo tiempo que sus élites acudían a los toros, previo paso (espirituoso) por el casino del pueblo. El sistema institucional de la Restauración, basado en un turnismo de conveniencia creado para evitar las tentaciones revolucionarias, se venía definitivamente abajo, el caciquismo consolidaba su poder (el mayorazgo) en todos los villorrios y la vida social quedaba supeditada a los dogmas eclesiales. Los intelectuales de aquel tiempo se preguntaron por el significado de España, ese arcano, y propusieron una reforma del país que lo librase de la ignorancia, el atraso secular y la corrupción endémica. Querían, cada uno a su modo, resucitar una patria cultural que parecía anímicamente muerta.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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