Miguel Servet, el teólogo y científico español al que el puritano Calvino quemó en la hoguera en la Ginebra (protestante) del siglo XVI por defender la libertad de pensamiento, creía que cada uno es como Dios lo ha hecho, pero sostenía también –imperdonable herejía– que todos podemos llegar a convertirnos en una persona distinta en función de nuestra voluntad. La idea de que la verdadera identidad la escriben los actos, en lugar de los dichos, explica bien el sustrato político con el que se ha resuelto el destino del expresidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, condenado por dos delitos –prevaricación y malversación– y, tras una pirueta que se ha dilatado meses, eximido hace días por la Audiencia de Sevilla de la condena que esta misma institución le impuso hace tres años y medio, en noviembre de 2019.
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