La prudencia, que es una de las virtudes cardinales, aconseja no prometer a nadie aquello que uno no está en condiciones ciertas de otorgar. En la política española, sin embargo, es una cualidad moral que rara vez se practica: casi todos los debates de nuestra vida pública son una sucesión (infinita) de trampantojos. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo categórico en la (¿exitosa?) investidura de Pedro I, el Insomne. El sustento de su acuerdo con Podemos y los nacionalistas consiste precisamente en esto: en garantizar algo que no depende (por fortuna) de la voluntad del nuevo jefe del Ejecutivo. El margen de movimientos del nuevo Gobierno es relativo porque, antes o después, igual que le sucedió en su día al Govern, se encontrará con la pared de la ley, que en cualquier democracia es el único patrón que existe.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
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