El descubrimiento de la literatura, ese tesoro encerrado en las cajas mágicas que todavía llamamos libros, puede tener lugar en una humilde biblioteca de barrio o en la covachuela de algún bandido. La propaganda política acostumbra a vincular la cultura con los grandes museos y los equipamientos públicos, pero nada salva más vidas –en el sentido literal del término– que una biblioteca de distrito. Tampoco es necesario que el primer contacto con los libros sea a través de las cubiertas nobles de los clásicos. A veces basta (y sobra) con la literatura mercenaria, etiqueta bajo la que se reúne desde el mejor periodismo (impertinente) a la narrativa de evasión, pasando por el generoso ensayo de divulgación. Todos géneros modernos –creados a partir del siglo XVIII– que tienen como denominador común la utilización como canal de los periódicos, que hasta que nació internet eran la enciclopedia bastarda del saber común, la única posibilidad –salvo milagroso éxito editorial– de convertir en negocio la escritura.
Las Disidencias del martes en #LetraGlobal.
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